El actual concepto de deporte es extraño a la mente del hombre medieval. No existe un concepto claro del desarrollo del propio cuerpo mediante el ejercicio físico. Eso no significa que durante los siglos de la Edad Media no se ejercitaran prácticas que hoy consideraríamos deportivas; la diferencia es que entonces tenían otras connotaciones. En las cortes se celebraban torneos y partidas de ajedrez, y había una gran variedad de actividades que actualmente son o serían deportes pero que por aquel entonces definían, sobre todo, la clase social de sus participantes.
Entre estas actividades, una de las más importantes, quizá la más importante, era la caza. Algunos investigadores escribieron que servía para llenar la mesa de los nobles, pero estudios más recientes han demostrado que no. Otros han afirmado que era importante porque preparaba a los hombres para la guerra. Posiblemente tampoco esto sea verdad: no se puede negar que los cazadores se ejercitaban, pero para ellos lo más importante era poder demostrar que estaban en disposición social y económica de cazar.
Esta actividad era distintiva de la aristocracia. Para practicarla, por ejemplo, los señores impidieron el acceso de los villanos -es decir, de los que no eran nobles- a muchos bosques de Europa, y en ocasiones esto llegó a provocar conflictos graves. ¿Por qué excitar hasta tal punto el odio social, sino por el gran valor simbólico que la caza tenía para los nobles? Evidentemente, los hombres pobres también cazaban para alimentarse, pero esta práctica se realizaba con trampas, sin fasto, y no captaba la atención de artistas y tratadistas. La caza que interesaba -y la que aparece en las miniaturas de las que vamos a hablar- es la que practicaban los nobles. Aquí se muestran algunos ejemplos de cómo la caza se representó en los códices medievales, o sea, en los libros manuscritos de formato moderno (páginas unidas por el lomo, en oposición a los rollos).
De todos modos, antes hay que explicar que la caza se dividía en dos modalidades. La primera es la chasse à courre, en que se cazan animales en el bosque, desde ciervos hasta liebres. Para ella son imprescindibles los perros, y consiste en espantar la presa provocando un gran tumulto, seguirle el rastro mientras huye, acercársele y arrojar a los perros contra ella. Cuando el animal se agota o llega a un punto en que el camino se cierra, reacciona dándose la vuelta y enfrentándose a sus perseguidores: es entonces cuando los perros se le lanzan encima y el cazador ayuda a completar la tarea.
Al principio, en este tipo de caza era muy importante la fuerza física del propio cazador, pero con el tiempo se desarrollaron distintos sistemas de redes y parapetos con los que se desviaba al animal por dentro del bosque hasta llevarlo al sitio donde los perros lo mataban en un combate cuerpo a cuerpo. También se añadieron asistentes que participaban con ballestas, siguiendo el rastro o dirigiendo a los perros. Llegó el punto, de hecho, en el que el señor que organizaba la cacería apenas debía hacer nada más que seguir el espectáculo de los canes persiguiendo a la presa dentro de un circuito marcado disimuladamente.
La otra modalidad, mucho más tranquila, es la chasse au vol, la cetrería. De origen oriental, fue conocida en Europa a partir de los siglos V y VI. Con todo, fue principalmente el contacto con la cultura musulmana a partir de las Cruzadas y de las luchas en Sicilia de los siglos XI y XII lo que acabó por convertirla en uno de los pasatiempos favoritos de la nobleza. Devino un juego cuya importancia llegaba al punto de que, por ejemplo, en el Llibre dels feyts de Jaime I (de mediados del siglo XIII) se describe en una escena cómo el rey tiene que mediar para evitar una grave pelea entre dos nobles por la posesión de un azor (capítulo 20).
Este tipo de caza se practica en campos de cultivo, es estática y consiste en sostener un halcón en el puño hasta que, en el momento adecuado, se lo lanza para que derribe algún ave que pase volando sobre el campo. Los perros también son allí necesarios, pero sólo para recoger a la víctima del ataque. En este ejercicio podían participar incluso las damas.
Tanto la técnica como el cuidado de las aves eran muy complicados y requerían la asistencia de sirvientes y expertos halconeros. Por esta razón, y porque todo lo necesario para la actividad (el halcón, los guantes, la caperuza, etc.) era carísimo, la caza se convertía en una demostración exultante de la nobleza y la riqueza de los participantes.
Al ser la caza una forma de ocio totalmente ligada a la aristocracia, pues, su aparición en las ilustraciones de los códices se produjo principalmente a partir de finales del siglo XIII. Antes se puede observar en otras representaciones, como por ejemplo el tapiz de Bayeux, pero en los libros su presencia en Occidente es muy reducida, y unos de los pocos ejemplos son algunos calendarios carolingios (figs. 1 y 2).
Figura 1 Una de las primeras representaciones de un noble con un halcón en la mano. Fragmento del tapiz de Bayeux, ca. 1070.
Figura 2 Caza del jabalí en el calendario carolingio de Salzburgo, de 818 (Biblioteca Estatal de Baviera, Munich, clm. 210).
Y es que hasta este momento toda la producción librera en Europa había corrido a cuenta de los eclesiásticos, y éstos estaban más interesados en ilustrar fragmentos bíblicos y hagiográficos que escenas de cacería -a pesar de que, como veremos, los marginalia de los manuscritos fueron una excepción a este hecho.
A partir del siglo XII tienen lugar dos sucesos: por un lado, los nobles laicos toman parte en el desarrollo cultural; por otro, la caza se convierte en un pasatiempo de primer orden y cargado de significado para la aristocracia. En consecuencia, toman relevancia los libros de contenido profano y, tanto en sus miniaturas como en sus textos, aparece la caza: Erec et Enide, la primera novela artúrica (aproximadamente de 1170), se inicia con la famosa cacería del ciervo blanco; Tristán, en los textos de finales del siglo XII, se gana el favor del rey Marc al enseñarle a descuartizar un ciervo después de cazarlo.
De este modo, en novelas o en recopilaciones de poesía, como en el Codex Manesse (obra que contiene las poesías de más de 130 Minnesänger o trovadores alemanes), era posible encontrar miniaturas de este tipo. En ellas, como en los textos a los que acompañaban, la caza podía tener connotaciones simbólicas. De hecho, en muchas ocasiones no ilustraba directamente las escenas descritas en la narración, sino que reforzaba su mensaje profundo de forma alegórica más o menos evidente (fig. 3). La caza del ciervo, por ejemplo, podía insinuar la idea del amante masculino atrapado por las artes de seducción de la dama, y a veces aparece acompañando poemas que no hacen ninguna referencia a esta actividad, pero sí al amor cortés (fig. 4). La caza con halcón, al contrario que la del ciervo, podía identificarse con la persecución de la amante femenina -aunque en ocasiones también, como en dos bellos poemas de Ausiàs March (124 A y 124 B de sus Obras completas), el rapaz es una metáfora de la dama que el caballero quiere poseer (fig. 5). Asimismo, fue tal la identificación de los motivos de caza con la aristocracia, que la simple imagen de un jinete con un halcón en la mano se convirtió en una de las más claras representaciones del noble (fig. 6).
Figura 3 Miniatura que representa al poeta Herr Geltar. En la obra de este autor hay una crítica a la concupiscencia de las costumbres aristocráticas. Posiblemente, el hecho que el animal que se escape sea el que sube por la ladera signifique que aquel que mira el Cielo, es decir, a Dios, se salva. Procedente del Codex Manesse, 1305-1340 (Heidelberg Universitätsbibliothek, Codex Palatinus Germanicus 848, fol. 320v).
Figura 4 Miniatura que representa el poeta conocido como Von Suonnegge. La caza del ciervo posiblemente se refiera al amor cortés que se manifiesta en los textos del autor. Procedente del Codex Manesse, 1305-1340 (Heidelberg Universitätsbibliothek, Codex Palatinus Germanicus 848, fol. 202v).
Figura 5 Miniatura que representa al poeta Conrad el Joven. Puede entenderse que el halcón simboliza el amante que consigue cazar a la dama. Procedente del Codex Manesse, 1305-1340 (Heidelberg Universitätsbibliothek, Codex Palatinus Germanicus 848, fol. 7r).
Figura 6Miniatura que representa el poeta Ulrich von Gutenburg. Al mostrarlo con un halcón en la mano, el artista probablemente pretendía remarcar su estatus nobiliario. Procedente del Codex Manesse, 1305-1340 (Heidelberg Universitätsbibliothek, Codex Palatinus Germanicus 848, fol. 73r).
Otra fuente de imágenes alegóricas de caza procedente del mundo laico son los libros de horas. Se trataba de breviarios resumidos que los nobles encargaban para poder seguir la liturgia a lo largo del año. Los libros de horas estaban profusamente ilustrados y en ellos, por ejemplo, la imagen del noble saliendo a cazar con un halcón en la mano solía representar el mes de mayo (aunque a menudo también era agosto) y el renacer de la primavera, mientras que la caza del jabalí, como veíamos más arriba en la figura 2, puede identificarse con el invernal mes de diciembre (figs. 7 y 8). La caza de otro animal, en este caso la del legendario unicornio, simbolizaba a su vez la Anunciación: la Virgen María era el cebo que atraía el unicornio, Cristo, al interior de un jardín cerrado (el hortus conclusus), mientras que el cazador era el ángel Gabriel, quien lo dirigía hacia la trampa con perros que a menudo eran identificados con las diversas virtudes (fig. 9). Asimismo, hay también otras muestras en los libros de horas, como alguna miniatura que representa a San Huberto (fig. 10), patrón de los cazadores, o algunas otras en que partidas de cazadores son asaltadas por la muerte.
Figura 7 Mes de agosto en Las muy ricas horas del duque de Berry, 1485-1489 (Musée Condé, Chantilly, ns. 65, fol. 8v).
Figura 8 Mes de diciembre en el Breviario Grimani, ca. 1510 (Biblioteca Marciana, Venecia, fol. 13v).
Figura 9 Anunciación en un libro de horas holandés, ca. 1500.
Figura 10 San Huberto teniendo la visión de la Cruz en medio de las astas del ciervo que se disponía a cazar. Grandes Horas de Ana de Bretaña, ca. 1503-1508 (Bibliothèque Nationale de France, París, Lat. 9474, fol. 191v).
Quizá con estas menciones hayamos repasado algunas de las fuentes más importantes, pero hay que decir que no todas las representaciones procedían de códices pertenecientes a nobles laicos. En manuscritos de ámbito eclesiástico, la caza también había sido representada, al fin y al cabo, antes que en otros medios, pero en este caso desde una perspectiva crítica. Muchos clérigos de siglos anteriores consideraban que, como el amor cortés o los torneos, la caza excitaba la concupiscencia y desataba la violencia. Por esta razón, no es sorprendente encontrarse, en los márgenes de manuscritos bíblicos de los siglos XII y XIII, monos que practican la caza u hombres que son atacados por liebres: era habitual que en esos tiempos los monjes aprovecharan los espacios marginales de los folios para mostrar su menosprecio hacia la violencia de los señores feudales (fig. 11). Esta postura cambiaría en los siglos XIV y XV, con el encumbramiento de la cultura cortés.
Figura 11 Liebres cazando hombres. Al margen de un manuscrito francés del siglo XIII.
Pero no todas las representaciones de escenas de caza eran simbólicas. La caza también sirvió para desarrollar la pericia de los artistas en la ilustración de aspectos técnicos o, al menos, más realistas. Desde el siglo XIII se escribieron en Europa muchos tratados sobre el arte de la chasse au vol, que por aquel entonces era la sensación del momento, una práctica tan chic como el tenis en los años veinte. Uno de los primeros y sin duda el más importante fue el De arte venandi cum avibus [Del arte de cazar con aves], de Federico II de Hohenstaufen. A parte de su rol pionero desde el punto de vista literario, algunos de los manuscritos que de él se conservan estaban riquísimamente ilustrados (fig. 12).
Figura 12 Miniatura del De arte venandi cum avibus (Bibliotheca Vaticana, Roma, Pal. lat. 1071. fol. 16r).
En lo que respecta a la chasse à courre, las cosas siguen otro ritmo. Al ser una práctica peor vista por la iglesia y quizá no tan exclusivamente ligada a la nobleza, los primeros tratados verdaderamente importantes se producen ya en el siglo XIV. Hablamos, por ejemplo, de la Vénerie de Twiti, obra de William Twitch, cazador del rey de Inglaterra (1307-1327), o del Roman des deduis. Son tratados técnicos que también contemplan la caza con halcón, aunque de hecho no se conserva ningún ejemplar ilustrado de la época.
A pesar de ello, son importantes porque son los antecedentes literarios de obras que tuvieron una acogida mucho más efusiva. Es el caso del Livre du roi Modus et de la reine Racio, escrito entre 1354 y 1377 por un caballero normando. Este libro trataba la caza de forma técnica, pero también alegórica. Posiblemente gracias a esta inteligente combinación, el tratado se convirtió en un verdadero éxito y dio paso a la explosión de tratados que le seguiría.
Veinte años más tarde, Gastón III de Foix, conocido como Febo en referencia al dios Apolo, se basaría en ella para redactar, entre 1387 y 1389, un sofisticado y preciso texto en el que se tocaban todos los aspectos de la práctica cinegética, en este caso desde un punto de vista exclusivamente técnico. Empezando por cómo cuidar a los perros hasta terminar contando cómo disponer las redes para dirigir a las presas hasta el lugar deseado después de haber descrito las características físicas de animales tan dispares como el reno, la nutria o el jabalí (descripciones que aun Buffon encontraría prácticas cuando entre 1749 y 1778 redactara su Histoire Naturelle): todo está en el Livre de la chasse. Gastón, un fanático de las cacerías, poseía más de 600 perros y defendía los beneficios de la actividad cinegética para el desarrollo de las habilidades físicas. Irónicamente, murió de un golpe de calor al volver agotado de una cacería; su libro permanecería.
Tanto de un texto como del otro, se han conservado ejemplares que representan verdaderas joyas de la miniatura. Del Livre du roi Modus... queda el manuscrito fr. 12399 de la Bibliothèque Nationale de París, copiado en 1379 para el rey de Francia en la misma capital. Del Livre de la chasse se conserva más de una edición excepcional. Los manuscritos fr. 616 y fr. 619, en la misma biblioteca, son dos muestras incomparables: los dos datan de principios del siglo XV y fueron realizados, respectivamente, en París para el duque Juan sin Miedo de Borgoña (1371-1419) y en Aviñón (figs. 13 y 14).
Figura 13 Perro oliendo una pista. Livre de la chasse, principios del siglo XV (Bibliothèque Nationale de France, París, fr. 616, fol. 62v).
Figura 14 Caza de la nutria. Livre de la chasse, principios del siglo XV (Bibliothèque Nationale de France, París, fr. 616, fol. 101v).
Si se tiene en cuenta el altísimo precio que podía alcanzar la confección de uno de estos volúmenes, si vemos de qué manera la iconografía y la literatura sobre la caza se relacionan con cuestiones alegóricas, y si añadimos a todo esto los elevadísimos gastos que la práctica cinegética ocasionaba a cualquier noble de los siglos XIV y XV, quizá alcancemos a entender el destacadísimo papel que jugaba entre los hombres de finales de la Edad Media el ejercicio nobiliario de la caza. Mucho más allá de una pura afición deportiva, se trataba, si no de un ritual con el que ayudar a sustentar la sociedad entera (y eso significa el mundo), de una de las demostraciones más palpables del conjunto de ideales sobre los que se apoyaba, a ojos del pueblo y de la misma nobleza, la propia existencia de la clase aristocrática. Era una demostración de fuerza a la vez que una explicación del mundo. Una práctica que, habiendo comenzado como un ejercicio físico, terminó siendo una pieza absolutamente indispensable para la comprensión de la cultura cortesana en el otoño de la Edad Media.